sábado, 17 de abril de 2010

El Bazar de los Sueños

4º parte


Cuando aún gozábamos de la película "El Bazar de los Sueños", el director, el filósofo, el anfitrión y yo, escuchamos cercano a nosotros el sonido de los cascos y el relincho de un caballo, acercándose desde la iglesia de Arucas y parándose ante el bazar, en el adoquinado que pasaba de largo y se perdía por la calle hasta la plaza del pueblo. Con aire imperial, aparecía nuestro amigo llegado expresamente para la ocasión desde la Edad Media, a la reunión convocada en este último día, donde los ojos pardos de la tienda, cerraba definitivamente un lugar de culto para los hedonistas. 
 
Se apeó del bello corcel, se desenfundó los guantes oscuros, el casco blanco y, vestido de un azul que rezumaba firmeza y solidez, nos saludaba con un tono que alzaba nuestro valor ante las duras sacudidas del estafador público, el ayuntamiento, y del estafador de almas, la iglesia. 

 
El viaje que emprendimos esa noche junto a él prometía alzarnos victoriosos en batallas épicas, momentos gloriosos, y una anhelada visita a su castillo lujoso, en una región cercana al pueblo, famosa por el color apergaminado del exterior.

Su voz, cautivadora y mágica como la de Gandalf, nos hipnotizó con su lucha, y fuimos decididos a defender nuestra isla de Gran Canaria, en el castillo de la Luz, contra los fanfarrones de los holandeses e ingleses que creían, con osadía y burla, someter a la isla a su yugo, a su dominio, sin conocer primero que unos valientes de la tierra defenderían su isla a muerte. Nos hizo sentir más amantes de nuestra tierra, amparándola tanto como si del bazar se tratase, y de todo aquel que osase a robar nuestra cultura y nuestra habla. 
 
Y, cómo no, nos sentimos protegidos entre las murallas de sabiduría que decoraban su castillo, levantado en honor de miles de escritores, y de las miles de grandes historias escritas que componían su gran biblioteca. Desde el suelo hasta el techo, cientos de ladrillos de papel asentaban una fortaleza creada por su amor a la literatura, por su insistencia de conocer más, y por su empeño de traspasar, a través de los libros, un espejo hacia el cielo, volando con las palabras y su desbordante imaginación, hacia una evasión de la realidad, hacia un acercamiento a la fantasía,de reyes traidores y bellas princesas.



Flotando ante una magistral narración, nuestro amigo nos hizo cabalgar por innumerables hechos históricos, hacia el ayer, por Roma y Alejandría, la edad Media y el mundo contemporáneo, y por todos aquellos lugares que fueron asentados en la Tierra, y que ahora son polvo. Como polvo son personajes ilustres que dejaron su huella, su legado, y su
vida y que, gracias a él, conocemos de primera mano, entre comentarios mordaces e irónicos, con un tono amistoso inconfundible, el movimiento firme de su cuerpo alto y desgarbado, y esa eterna posición de brazos cruzados.

 
Y antes de que viniese nuestro último amigo, bajo los graves acordes de unos pasos firmes y amistosos, vimos pasar, a través de un espejo colocado en las puertas del bazar, al mundo que se fue, del cual venimos, y el cual olvidamos con demasiada facilidad. Por ello, primero por su grata y amistosa compañía, por ser un ilustre historiador a nuestro servicio, y el escriba que nos conduce con su pluma y su tinta hacia la antigüedad y el conocimiento, siempre será y es para nosotros  "El Caballero".

viernes, 16 de abril de 2010

Bubook

Mensaje para MENSY

Mensy
Me gustaría mucho que te unieras al proyecto de bubook con tus trabajos.
Me gusta lo que escribes,y también me agradaría porque eres una de las principales integrantes del blog.


Bueno, que te esperamos...

Anímate.

jueves, 15 de abril de 2010

Almas Malditas V. Última parte. Una puerta abierta en la noche.

Antonia empezó a vivir el mismo día en que su madre murió. Y conoció a la libertad el mismo día en que abrió las ventanas, mojando su asombro con la lluvia exiliada que al fin volvía de su emigración, y que se precipitaba enaltecida ante una lucha con las arenas arraigadas en el pueblo de Arucas.

Antonia despertó entumecida por el frío antinatural se le colaba entre las mantas, con las sábanas removidas por un mal presentimiento, y el silencio desacostumbrado a esas horas de la mañana. Había dormido más de la cuenta, y eso alteró en sumo grado la costumbre diaria de limpiar la casa desde las ocho, tal y como había impuesto su madre, cuando aún saboreaba el café, cuando aún vagaba adormecida, y con el sol recién nacido. Eran más de las diez cuando sintió el frío de la desnudez, al mirarse al espejo de la cómoda. Se vistió con una bata, y quedó asombrada ante las grietas que su piel había cosechado durante años, y que ahora florecían sin motivo aparente.

Esbozó un gesto sombrío, al recordar, de repente, mientras se veía a sí misma, que aquella noche, alguien entró invitado a su casa.



Voces convertidas en ecos, que se apagan, y que ahora, al despertar, quedan suspendidas en un sueño inquieto. En la noche madura, Antonia siente los gélidos susurros. El día huye y nada sabe, pero la vida reniega, e ignora, las conversaciones de los muertos, que despiertan en la clandestinidad, y que durante horas, sin latidos y venas vacías, circulan por las calles y entran en las casas, se presentan, y enseñan el reloj de la vida a la persona escogida, y que con el latir de los últimos segundos, le dicen: es la hora.



Huyó de la habitación respirando la irregularidad en el ambiente, rajando el silencio en el piso con sus zapatillas. Fue hasta el dormitorio de su madre que, en ese día, le había dado la espalda al reloj y no la había avisado a la hora acordada. Presenció la cama de Dolores como si fuera su cuerpo, arrugado y yermo, como el desierto, con las sábanas arrugadas y viejas, impregnando el ambiente con las decrépitas partículas de los años que no perdonan.

Pero aquella noche no durmió allí. Recogió el misterio del dormitorio de su madre, cerró la puerta, y bajó las escaleras, mientras escuchaba la lluvia arreciar en las ventanas, con el fin del éxodo de las nubes que ya volvieron, y llamaba a su madre en un canto desafinado que rompió la bella música de una orquesta en silencio.
 La cocina había sido secuestrada por la quietud, donde cacharros y vasos habían dormido desde que ella los limpió anoche, antes de acostarse. El vaso dejado por ella a su madre, seguía en el mismo lugar de siempre, callado y asombrado ante la perturbación del hábito roto después de décadas de tradiciones irrompibles. Siguió hasta el salón, mirando las grietas irónicas entre las maderas, burlándose de su turbación. Se debatía entre posibilidades, pero al despertar, hace unos minutos, constató que la sospecha rondaba por su cabeza como una mosca incesantemente terca.

Enferma de desesperación, llegó con andar indeciso y se encontró con el rostro lívido y dormido, aunque desconocido, de Dolores, que lucía un recién estrenado sosiego, como nunca la había visto en vida. Y es que Dolores siempre vivió atada a las desavenencias del pasado, con una atmósfera cargada de tormentas, después de que la paz huyese de una alma que la expulsaba por no ser bienvenida. Y así lo exteriorizó en todo momento, a través de su disgustada faz, molesta por todo, contenta con nada. La muerte empezó a trabajar con ella.


No hubo que tocarla, no hubo que hablarle, solo la miró por última vez. Encendió la radio apagada durante años, y dejó que los instrumentos apretados tras el cacharro, se descongestionasen y recorriesen el techo y el aire muerto con sus graves y agudos.

Antonia se convenció de que, anoche cuando ella subió a dormir, su madre había dejado, intencionadamente, la puerta abierta.


Subió de nuevo y se vistió, y bajó del dormitorio. Pero no fue hasta ella, que nada temía ya, sino hasta la calle, a dejarse empapar, a acompañar en sus risas a su prima María de los Ángeles, que desempolvaba la tristeza de su bata con sus tremendas carcajadas.

De lejos, al final de la calle, entre cortinas de agua, le pareció entrever a su madre y a un hombre junto a ella. Era su tío, Celestino.
Luego se deshicieron como rutas del río que llegan al mar, como dos humos que subían hasta el cielo tras huir del fuego de la vida.
Antonia entró, y preparó todo para el entierro, con precisión asombrosa y brío insólito. Tiró el vaso de agua destinada a su madre, pero le tembló la mano cuando le quemó por lo frío que estaba. Se miró al espejo, donde avistó los últimos años de su juventud. Se miró su ya antigua piel, y su alma, donde la muerte de su madre excarcelaba su auténtica personalidad.

Le hizo un último favor. La vistió con el traje negro que siempre ostentó los domingos en misa, por guardar, como se prometió en vida, un luto impuesto hasta su muerte, hacia su padre fallecido, repentinamente, hacía muchos años.

La dejó preparada hasta que viniesen a buscarla, en los prolegómenos de su nueva vida. Luego hablaría con Esperanza, para retomar la amistad perdida por la reprobación de su madre, quién no veía decencia y pulcritud hacia alguien que casi nunca vio ni conoció.


Tantos planes había previsto para aquel día, que no sabía por donde empezar, cual escoger, así que se quedó sentada bajo el marco de la puerta, viendo llover a cántaros, escuchando como lloraba el cielo, sin el grito de su madre llamándola, con el silencio tras su espalda, esperándola, y sintiéndose protagonista de nuevas historias, de escuchar nuevas voces, de conocer nuevas almas malditas.

domingo, 11 de abril de 2010

El Rincón del Cinéfago

Ajami. Israel. 2009

Directores:
Scandar Copti y Yaron Shani


Ajami es una película israelí codirigida por un palestino, Scandar Copti, y un hebreo, Yaron Shani. Es una historia de muchos personajes que rodean a tres principales: Omar, su hermano pequeño Nasri (un excelente dibujante de viñetas en las que plasma su vida, sus miedos y sus pérdidas) y Malek. Sería fácil para los directores retratar el conflicto religioso y fronterizo; que de cierta manera está plasmado en la historia ya que las diferentes vidas transcurren en “Ajami”, un barrio de Tel Aviv en el que conviven cristianos, judíos y musulmanes; pero es la droga y los ajustes de cuentas el verdadero problema entre ellos. El ritmo narrativo de la película se divide en cinco capítulos: los dos primeros presentan a los hermanos Omar y Nasri y sus miedos al estar amenazados por clanes rivales y la dura vida de Malek, un “forastero” escondido en el barrio lejos de su madre enferma. Los siguientes capítulos se centran en el policía judío Dando y su rabia por la pérdida de su hermano en la guerra. El capítulo quinto es una especie de flashback que explica las consecuencias vistas en el primero. A priori puede parecer extraño y arriesgado desestructurar la historia, pero está todo tan minuciosamente ligado y contado que obliga a no perder detalle de la trama .

La crudeza de muchas imágenes y el magnífico trabajo de los actores consiguen un clima desasosegante, más si se ve en versión original, claro está. Puede llegar a ser comparada con “Ciudad de Dios”; sin el ritmo frenético de video clip de la brasileña, pero sí por la misma carga dramática y parecidos litros de adrenalina. Fue la gran sorpresa del año al colarse en los Oscars optando al premio de Mejor película de habla no inglesa. Pocas son las películas que afrontan el problema palestino-israelí tan directamente y menos las que llegan a Europa; por eso recomendaría no perderse esta magnífica historia coral, tensa y dramática.